domingo, 27 de abril de 2014

ENTREVISTA CON EL PINTOR ALEJANDRO OTERO

WTOPICOS

Alejandro Otero, quien tenía tiempo sin reencontrarse con la ciudad de su adolescencia, volvió el 26 de abril de 1985, a reconciliarse con ella. Antes sentía que la capital estaba muy descalabrada por descuido de los propios guayaneses y sentía un poco de rencor.
         Ahora que volvía a recibir el premio más alto: la Orden Congreso de Angostura, encontraba que Ciudad Bolívar estaba rejuvenecida, que le estaban poniendo cuidado.
         “Siempre me entristeció mucho ver la ciudad distinta, tan castigada. Pero me doy cuenta que se le está ayudando a remozar. Pienso también que las ciudades como la gente les tocan los destinos más inesperados”.
         Entonces Alejandro Otero (en la foto con José Rosario Pérez y Américo Fernández)  exponía en el Museo de Arte Contemporáneo y  no esperaba que fuera una respuesta tan entusiasta, tan cercana, tan conmovedora, tan tierna. “A mí lo que me conmueve es la ternura, eso me tranquiliza, me hace feliz, y me hace sentir como uno de ellos”.
         Se refería el artista, nacido en El Manteco, a la ternura de la gente que desfilaba por el Museo para percibir el mensaje de sus 700 obras que, de ninguna manera, eran todas las que ha hecho sino una selección de cada momento de su trayectoria.
         Esta exposición nos dijo Otero, mientras caminaba la ciudad recordando los lugares de su adolescencia, “ha sido como un reto a mí mismo. Yo me comprometí con el grupo de los Disidente a una acción, a una tarea que está llegando a cuajar y ahora estoy entregando esa cuenta” La mayoría de la gente que me encuentra me dice: “Qué maravilla que usted sea venezolano” y me tratan como uno de ellos.
         ¿Se ha sentido siempre venezolano?   Yo me he sentido toda la vida como un venezolano entre otros venezolanos, pero esta exposición me ha hecho sentir parte del venezolano que es querido por ellos. Y siento que eso es inusitado porque nunca en la plástica había visto que se produjera ese fenómeno así ni mucho menos en mi caso. Toda ha sido muy conmovedora y ha sido muy sorpresivo.
         ¿Cómo cree usted que se podría valorar o situar ese fenómeno?        Yo todavía no he sacado una consecuencia de por qué se ha producido esto y lo que eso significa. Sólo sé que estoy contento y me siento feliz.
         ¿En todo caso qué es lo que más se aproxima como explicación?      Yo quiero creer que la entrada hacia mi trabajo se ha producido a través de las obras nuevas, de las estructura, fundamentalmente. Quiero creerlo porque he realizado una obra para una mayoría, para la gente que entiende o no sabe de arte. He hecho un esfuerzo muy grande por llevar un poco mi trabajo a la gente. Me doy cuenta de eso porque la respuesta más unánime que yo he sentido, se ha producido frente a la escultura “Una flor para el Desierto”. Es la obra capital de la exposición. Hasta los niños de tres años se extasían y se les salen los ojitos al verla. Tiene mucha relación con la ciencia ficción. Yo creo que es por allí por donde ha entrado la simpatía. Cuando se ha encontrado que detrás de esto hay una obra coherente, un trabajo consecuente, una cantidad de años dedicados, la gente ha reaccionado favorablemente y aceptado la totalidad del trabajo.
         ¿Por qué el nombre de “Una flor para el desierto”?         Tú sabes que los nombres son muchas veces casuales. En California cuando hice los últimos cinco proyectos, había observado mucho las características de la ciudad de Los Ángeles, que es una ciudad muy parecida a Caracas, con muchos cerritos llenos de grama, muchos montículos, y a mí se me ocurrió que podía hacer esculturas para ellos. Hice esos proyectos pensando en esa posibilidad del paisaje y oyendo un día hablar del desierto de California pensé que podía ser  “Una flor par el desierto”. Porque se me ocurrió imaginar una de esas esculturas en el desierto.
         ¿Y cuál será el destino de esa “flor” que ha llamado tanto la atención?         Esa obra, en principio, es del Museo de Arte Contemporáneo. Es una obra costeada por el museo. No estoy seguro dónde la vamos a colocar. Ella requiere de ciertas condiciones ambientales, necesita viento, sol, luz y no son muchos los lugares cercanos al museo donde se pueda poner con éxito.
         ¿Y después de esto qué viene? Por ahora quiero ir más lejos en la escultura. Tengo un proyecto que está por allí en secreto y el cual me va a permitir revisar otros proyectos de esculturas, que nunca he realizado y ver de qué manera los llevamos a una expresión más concreta, aunque sean modelos de aproximación y ver si estas ideas ya resueltas tienen otros desarrollos.
         ¿No cree que a Ciudad  Bolívar le haga falta una escultura suya?        Me gustaría hacer una para Ciudad Bolívar. Yo creo, sin pecar de demagogo, que donde esas esculturas se ven mejor es aquí. Creo que los efectos que tiene, por ejemplo, la escultura de Sidor, no los ha tenido una escultura mía en ninguna parte, ni en Washington ni en Venecia, que siendo un marco prodigioso no dan a esas esculturas lo que les da la luz de Guayana. Creo que existe una relación de raíz que hace que aquí funcionen mejor.
         ¿Considera usted que su “Integral Vibrante”, 1969, de Ciudad Guayana está mal ubicada?
La escultura de Ciudad Guayana me encantaría si la pudiera reubicar. Yo creo como tú, que no está bien colocada. Y me gustaría además, hacerla de un material más estable, en acero inoxidable, para que dure unos 25 años. La actual es de hierro y hay que estarla retocando. La escultura que está en el edificio de Interalúmina, sí es de acero inoxidable. Me gustaría también hacer una escultura para Upata, la tierra de mi infancia y otra en El Manteco, lugar de mi nacimiento.


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