lunes, 14 de abril de 2014

EL CARNAVAL DE ANTAÑO




* Si algo habría que estimarle a los gobiernos de signo dictatorial, son los Carnavales como espectáculos colectivos de gran colorido y de sana, espiritual y plural participación. Al me­nos en Ciudad Bolívar hasta el presente, han sido insuperables los Carnavales que se die­ron en tiempos de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Carnavales de exóticas com­parsas, bailes de disfraces, singulares com­bates de flores desde coches tirados por caballos, regatas de curiaras configuradas como cisnes, carreras de caballos empavona­dos, obras teatrales y juegos tradicionales.
Los buenos carnavales de Ciudad Bolívar fueron induda­blemente éstos y a juzgar por las referencias hemerográficas, los primeros de esa factura que llevaron a un cronista a buscar en la capital angostureña pun­tos de relación con París, tuvie­ron lugar en 1904, acaso para  olvidar con la suntuosidad  e intensidad de tres días enteros  y completos, las miserias propias de una dictadura  o los estragos de la Guerra Libertadora que en julio del año anterior había tenido a la ciudad com último escenario.
         Señoritas disfrazadas en Coches Victoria  de dos caballos  y Phaeton sin capacete así como otro vehículos propios de la época, todos lujosamente ador­nados, más una multitud de jinetes, montados unos y a pie otros, dieron comienzo al Car­naval de febrero de 1904 con un gran paseo por toda la ciudad, jugando con diversidad de golosinas, al compás de la Banda del Estado y bajo una atmósfera de juegos artificiales
         El General Luis Valera, jefe civil y militar del Estado, acompañado del también General  Manuel Silva Medina, Secretario de Gobierno, , el general Tobías Uribe, jefe civil y militar del distrito Heres y Sanoja Murel, presidente de la Junta Directiva inauguraron para todos los sectores de la ciudad    las clásicas fiestas de Momo, el sábado trece en medio de un gran regocijo que tuvo su mayor manifestación durante los si­guientes días 14, 15 y 16, de acuerdo con programas indivi­duales, en los sectores de las calles Miscelánea (Dalla Cos­ta), Libertad, Concordia, Amazonas y Guzmán Blanco.

CADA CUAL CON SU CARNAVAL
Como no había luz eléctrica sino faroles prendidos con aceite de petróleo o de tortuga, los carnavales lo celebraban todo el día.  Es decir, comenzaba a las seis de la mañana y concluían a las ocho de la noche cada sector de la ciudad de acuerdo con su programa y cada uno conforme a su circunstancia.
Así, por ejemplo, el progra­ma del sector o Barrio "Guz­mán Blanco" arrancó el domin­go 14 a las seis de la mañana con una salva de 28 cañonazos afiliados en el Cerro del Chivo anunciando la apertura de las fiestas, mientras en la Concor­dia estallaban a la misma hora desde la "Planicie Toledo".
A las ocho de la mañana la "Junta Coadyuvadora", como se llamaba sectorialmente y que presidía José Joaquín Rores, más las comparsas de disfraces, se reunieron en la esquina de Carmelo Mainieri acompañados del resto de la colectividad y desfilaron hasta encontrarse en la Plaza Talave­ra con la Junta Directiva del Carnaval.
Al mediodía hubo un espec­táculo en plena calle representando los vecinos lo que era la navegación de los indios Cari­be y luego por la tarde demos­traciones acrobáticas desde la esquina de Carmelo Mainieri hasta la Plaza Santa Ana. Fi­nalmente a las ocho de la noche de ese día, música eje­cutada por artistas de "Boca del Pao", intérpretes de la "Ciga­rra", en medio de fuegos artificiales y focos de luz de múltiples colores.
Al día siguiente, los carnavales comenzaron en el barrio con desayuno ofrecido por la Junta en una casa que se marcó con el número 1350.  Luego, a las ocho, hubo regatas de curiaras desde la Laja Cangrejo a Playa Blanca con un mil bolívares de pre mio para el primero.  Al m,ediodía, en la Plaza Convento (Centurión) se ofreció un banquete para personas que según la invitación, asistieran o no, serían multadas con ochenta bolívares.
Lo más divertido de este día fueron las carreras de chivo, desde la Plaza Santa ana hasta la esquina Mainieri.  La diversión para los inagotables, termió a las cinco de l tarde con Cucaña o Palo encebado,  Corriedas de sacos y 500 bolívares de premio para el más audaz.
El último día (16) la fiesta comenzó un poco más tarde en el barrio  Guzmán Blanco, 8 de la mañana, con una pintoresca carrera de burros, al mediodía la Junta fue obsequiada con un almuerzpo en l”L Palomera” y por la tarde, previo al desfile de clausura, se ralizaron competencia de carreras sobre barriles, carreras llevando sartenes volteados con monedas; resbalando las cucañas y a la despedida corridas de cintas y piñatas para la gran muchachada.

CARNAVAL AFINCADO EN LO VERNÁCULO
Era sin duda un carnaval afincado en lo vernáculo, en las tradiciones criollas o propias de la región orinoqueña.
         Para completar o redondear los programas sectoriales, la Junta Directiva organizó en el centro socialmente neurálgico de la ciudad, carreras de caballo. Obras teatrales, combates carnavalescos, regatas, retreta y un gran baile infantil de disfraces en el Colegio Nacional-.
El baile infantil de disfraces de toda la ciudad transcurrió desde las dos de la tarde hasta la noche en la Casa del Congreso de Angostura que entonces servía de sede al Colegio Federal de varones.
         De allí, a las ocho se pasó a la Plaza Bolívar rebozante de belleza,  de perfumes y de máscaras, según la apreciación de un cronista de la época, donde tuvo lugar la Retreta con la Banda de Estado que ese año comenzó a dirigir el músico tachirense Manuel Jara Colme­nares.
Al concluir la última pieza, mucha gente se apiñó en las ventanas de la que es hoy Casa de la Cultura, entonces inmue­ble de habitación del Coronel Sebastián Alegrett, Secretario de Gobierno, quien ofreció un baile a sus amistades,
Tanto las regatas en el río como las carreras de caballos en la Alameda estuvieron de lo más emocionantes. Los barcos adornados parecían cisnes disputándose la delantera, mien­tras las carreras de caballos en distancias oscilantes entre 400 y 600 varas se realizaron en dos programas, tres por día.
En el Teatro Bolívar se mon­tó el famoso drama español "El Rey que rabió", interpretado por un grupo de jóvenes y en la calle hubo una crítica al Uncle Sam que apareció llevando de una cadena metálica dos niños que configuraban a Cuba y Puerto Rico.
El último día fue de comba­tes. Batalla con flores desde los coches y ataques frontales en las calles entre un bando y otro ocupando puesto de distinción como pertrecho el polvo de arroz y la Maizina Americana.

EL CARNAVAL EN TIEMPOS DE GOMEZ

Los Carnavales de Ciudad Bolívar de 1909 es una muestra de casi ix/os los que se dieron en tiempos del Presidente Juan Vicente Gómez. El Ejecutivo del Estado, para entonces el doctor Jesús María Delgado, decretaba oficialmente el Car­naval y designaba una junta Directiva que ese año de 1909 presidió Miguel A. Aristiguieta.
La Directiva lanzó el sábado 20, víspera del Carnaval, su Proclama promulgada por ban­do a las cuatro de la tarde. El primer día de Carnaval el Eje­cutivo del Estado, el Coman­dante de Armas y la Junta Directiva encabezaron el paseo inaugural en el cual participaron todos los gremios sociales con­centrados a las ocho de la mañana en la Plaza Talavera.
De allí siguieron la calle Orinoco hacia el oeste. Luego la calle Venezuela cruzando  por la esquina Dalton.  Llegaron hasta la esquina José Afanador  & Cia, cruzaron la calle Libertad  hasta salir a la Plaza del Convento desde donde subieron hasta la Plaza Miranda siguiendo el rumbo  de la calle Boyacá  para continuar por la Concordia, Santa Ana, Orino­co y concluir finalmente en el punto de partida.
Así fue el paseo inaugural de 1909 y continuó siéndolo du­rante casi todo el período go­mecista porque la ciudad era prácticamente el casco urbano. El resto de los días comenzaba de madrugada con Diana por toda la población acompañada de fuegos artificiales y reparto de Carteles sobre desafíos car­navalescos entre bandos. A las ocho de la mañana durante todo el día se daban los más variados espectáculos como los ya reseñados anteriormen­te.
Digno de mención eran los encuentros o combates de carna­val entre bandos. Para ese año había dos grandes bandos: el Bando Rojo y el Bando Azul divididos por la calle Amor Patrio y los unos y los otros se identificaban colo­cando banderas de sus respec­tivos colores en ventanas, azo­teas y puertas de sus casas.
Un curioso Manifiesto de la época lanzado por la Junta demandaba lo siguiente:
"A contar del día veinte de febrero, víspera de la gran fies­ta, los habitantes de la
Circuns­cripción Roja colocarán en las ventanas, azoteas o puertas de sus casas, una bandera roja, corno distintivo obligado del desorden y los de la Circuns­cripción Azul harán lo mismo con su respectivo color. Los contraventores serán multados en veinte bolívares salvo que prefieran pasar el carnaval en la Peña del cura.
"La Comisión para los toros coleados en la calle Miscelánea se organiza con los siguientes denodados Capitanes: Tomás Bello hijo, Juan Pino,  José E. Márquez, J. Leandro Ariste­guieta, Sabás Fernández, Emi­lio Unceín, Alfredo Masabié Le­zama, Pedro Liccioni, Ramón Enseñat, Sabás Llarvez y Dr. R. Cabrera Malo. Se excita a los nombrados a constituirse en Junta a la mayor brevedad posible.
"Se declara sin cuartel la guerra entre Rojos y Azules. Que no haya piedad para los vencidos, que se luche sin tre­gua ni descanso, que no se escatime ni se regatee el entu­siasmo un solo momento y así habremos alcanzado la gloria que la Locura nos ofrece por secula seculorum, amén".

Petid Paris
Al escribir sobre los Carna­vales de entonces, un cronista anónimo del diario político "El Anunciador" del general Agus­tín Suegart relacionó o buscó puntos de comparación, guar­dando la distancia, entre París y la pequeña ciudad del Orino­co. "Ciudad Bolívar –escribía–, aunque en mínima escala, se nos ocurre debe ser un remedo de la populosa capital francesa. Tiene su soberbio Orinoco, superior al Sena, tiene sus Morichales como si dijéramos el Bosque de Bolonia; tiene sus edificios sombríos y silenciosos alrededor del Teatro Bolívar, que pudiéramos llamar la Cité; tiene, en fin, su Santa Justa, especie de Barrio Latino; su Alameda como uno de los gran­des bulevares y sus quais, toda la margen del Orinoco; sus barrios de la Democracia, Los Coolies y Perroseco, como  los faubourgs Saint Honore, Saint Denis y Pissonniere. No quisié­ramos decir que tiene también su Pére Lachaise, porque nos estamos ocupando de fiestas y alegrías, y no hay que recordar por ahora a los que se han ido a reposar eternamente".










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