miércoles, 12 de septiembre de 2018

REPORTAJE         Correo del Caroni –31 de octubre de 1999
Ciudad Guayana, Domingo 31

Don Pedro Cova,
paladín
del progreso
upatense
* Lo que es San Antonio de Upata en la actualidad y lo que será siempre,
tiene mucho que ver con la obra civilizadora de don Pedro Coya, un cumanés
radicado en las promisorias tierras del Yuruari desde mediados
del siglo diecinueve
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Américo Fernández
Don Pedro Coya es la figura de mayor relevancia en la vida de Upata. Como bien dice, Angel Romero, cronista del Yocoima, la historia de este municipio debemos con­cebir-la como antes y después del mencionado personajes. Es un valor referencial inex­cusable.
Antes de la llegada de Pedro Cova en 1850 con la inmigra­ción de cumaneses, San Antonio de Upata era parte del remanente total de las Misiones del Caroní, cuya decadencia comenzó con el advenimiento de la República para darle paso a un nuevo modo de vida urbana que, en el caso de Upata, se inició con la presencia dinámica y progresista de don Pedro Cova. Él, al igual que los Alcalá, ligados al proceso libertario, está conectado con Caracas dentro de una estra­tegia política dirigida a poblar y garantizar el espa­cio. Esto lo explica la presencia de  una imprenta en el mero corazón de la selva donde había un pueblo rural de escasas letras.
Así lo cree el maestro Ángel Romero, comprometido en un trabajo de investigación, desde hace ocho años, sobre la vida y obra de don Pedro Coya. Investigación que parte de lo que da a conocer Carlos Rodríguez Jiménez en el primer volumen de su libro Upata publicado en 1965.
Quince años atrás, Romero no tenía la menor idea de quién era Pedro Coya, y no tenía porqué tenerla, pues él es caraqueño y había llegado a la tierra del Yocoima por instrucción del profesor Lucas Rafael Alvarez, enton­ces director de Educación del Estado, para fundar la Casa de la Cultura de Upata.
La única referencia cultural que tenía era María Coya y por allí comenzó después de leerse el libro del extinto diplomático Rodríguez Jiménez. Remunerado por la CVG, se fue a la antigua Nueva Andalucía, la tierra de los Coya y allí, bajo la orien­tación del cardiólogo y cro­nista José Mercedes Gómez, encontró suficiente material. Los archivos parroquiales de la iglesia Santa Inés fueron de mucha importancia, lo mismo que la información genealógica de Iturriza Guillén. Halló que el primer Coya llegó a Cumaná en 1818 y se llamaba Ascanio y don Pedro Coya, su descen­diente, era compadre de Pedro José Rojas, periodista que bautizó a su hija mayor ycon el cual había hecho una sociedad en 1843 para fundar una imprenta  y editar el Manzanares, semanario político.
     En dicha imprenta de imprimió el Manifiesto de Cumaná  con el cual se adiere públicamente  la provincia a la candidatura de Santiago Mariño, opuesta  a la elecciones de 1834 a la del doctor José Maria Vargas, respaldada desde  l gobierno por el Presidenciales de José Antonio Páez.
Al año siguiente funda la Revista Oriental en la que hilvana toda una crónica uni­versal, haciendo un recorrido por el mundo político e inte­lectual de Europa. Entonces funda el primer teatro que tuvo Cumaná.
Los orientales lanzan en 1846 la candidatura a la Presidencia de la República del general José Tadeo Monagas y don Pedro Coya, como miembro del Partido Conservador, es designado para promoverla en Barcelona, donde con ese fin funda dos periódicos, La Profecía y El Pendón.
Monagas resulta victorioso, pero luego se produce un fenómeno político y es que los Conservadores que lo lle­van al poder se manifiestan descontentos por ciertas con­ductas y comienzan a blo­quear su gestión por lo que se ve obligado a recibir el apoyo de los liberales liberados por Antonio Leocadio Guzmán y una parte de los conservado­res fieles a Monagas, entre ellos, don Pedro Cova, se ins­criben en el Partido Liberal, pero ya Cumaná ni Barcelona son ambientes propicios para su nueva posición. Entonces mira hacia Guayana, donde finalmente se radica no sólo con la familia sino con todos sus haberes políticos, inclu­yendo los circunstanciales, que hacen de él en la tierra del oro y del diamante un valor público importante, pero en la plaza de Angostura sobran los políticos de renombre, entonces asume su condición de representante del Departamento Upata, en cuya jurisdicción (Puerto de Tablas) ha fomentado una hacienda ganadera con el nombre de El Rosal y más tarde fundará otra llamada El Morichal.
En 1856 ya es diputado pro­vincial y tras la victoria de la Guerra Federal y la declara­ción de Guayana como Estado Soberano, tiene su puesto asegurado en la Asamblea Constituyente que llega a presidir durante uno de los lapsos de rotación (1864). Concluidas las deli­beraciones, asume la presi­dencia del Concejo Municipal del Departamento Upata, responsabilidad que ejerce durante cinco períodos y es cuando, podemos decir, que Upata aclara su camino hacia un desarrollo urbano donde entran en juego la explotación de los ricos yaci­mientos auríferos de Nueva Providencia, distrito del departamento, y la recia voluntad y espíritu de empresa de un hombre que tiene perfectamente claro el concepto de ser político.


LOS PRIMERO CAMINOS
Guayana para esos tempos era selva y ríos.  La comunicación realmente demorada  y difícil.  Lo más rápido y fluido tenía lugar  a través de ls rutas fluviales.  No había siquiera caminos que salvaran a los pueblos del aislamiento y el atraso. Upata, la capital de un departamento político-territorial que iba -desde Puerto de Tablas hasta Nueva Providencia, estaba entre esos pueblos y de allí la preocupación de Pedro Coya por construir caminos pues de ellos iba a depender en mucho la vida social y econó­mica de Upata. De manera que aprovecha la llegada de un hombre civilista y progre­sista como lo fue Juan Bautista Dalla Costa a la pre­sidencia del Estado y le plan­tea la necesidad de empren­der cuanto ante la construc­ción de camino para sustituir las viejas trillas de los capu­chinos y expedicionarios del oro. El Gobierno es receptivo y con su venia establece una compañía, en sociedad con Tomás Gutiérrez y Sandalio Alcalá, que traza y construye los primeros caminos desde San Félix a Nueva Providencia.

LA ÉPOCA DEL ORO
La primera mitad del siglo diecinueve se presenta pro­misoria para Upata, pues en Caratal y El Callao del distri­to Nueva Providencia, el oro que tanto buscaron inútil­mente los hispanos, aflora cuando el Yuruari se desbor­da y también desde profun­dos barrancos siguiendo el curso de sorprendentes vetas cuarzosas. Hay oro para rato, pero no para todo el que llega con la ambición como pobre­za en sus alforjas. Don Pedro Coya es de los primeros inte­resados y se convierte en accionista junto con sus hijos de su propia empresa aurífe­ra. Tiene todo a su favor, pero también el departamento donde actúa como primera autoridad edilicia. El oro que llega a las manos de don Pedro Coya alcanza no sólo para su lucro sino también para de alguna manera ir reconstruyendo a la Upata que parecía estancada en los predios de un ruralismo monótono y sin vitales espe­ranzas.
Carlos Rodríguez Jiménez dice en su libro Upata que las primeras muestras del materi­al de cuarzo que tomó don Pedro Coya de sus minas en El Callao, fueron enviadas a Nueva York, París, Londres y Hamburgo, y los cuatro labo­ratorios que las examinaron coincidieron en acusar lo que hasta entonces nunca se había visto en una mina de veta en el mundo: cincuenta onzas de oro por tonelada de material aurífero. Las mejores minas de la época daban, como máximo, cuatro onzas por tonelada.     Las      acciones comenzaron inmediatamente a subir de valor  y en la Bolsa de Valores de Wall Streed de Nueva York llegaron a cotizarse al 1 por  4000 en relación a su valor de emisión y como don Pero cova era uno de los principales accionistas, su prestigio  y prestancia en la región  y fuera del país, crecieron enormemente y se convirtió en mecenas de san Antonio de Upata.
Impulsa el desarrollo urbano y da apoyo y calor a un movi­miento de inquietudes cultu­rales e intelectuales que des­emboca en un hermoso teatro donde se montaban casi siempre las mismas obras escenificadas en el Teatro de Ciudad Bolívar. Este teatro, el primero que tuvo Upata, estuvo situado en el sitio conocido como El Escombro y donde funciona el Colegio de Monjas. Una Sociedad Dramática de Beneficencia impulsa otras obras de utili­dad pública como la del Cementerio Católico cuya piedra angular fue colocada el 25 de octubre de 1863.
En 1876, siendo Presidente de Estado, designado, ordena un estudio histórico-geográfi­co sobre el distrito que orien­ta el proceso de transforma­ción de Upata. Impulsa nota­blemente la agricultura y la ganadería. Funda una Biblioteca Pública; construye el primer acueducto, toman­do el agua desde el Cerro Guacarapo. Contrata para Upata profesores procedentes de la Capital de la República y de países extranjeros. Funda la Academia de Historia con un grupo de amigos aficionados a es disciplina e introduce la imprenta, una The Washington Press la cual adquirió en Cumaná y fue traída a Guayana a través de grandes dificultades, por mar, río y finalmente a lomo de mula.  En ella, don Pedro inició la etapa de periodismo upatense con el semanario El Guaica en 1858  y del cual fue  su fundador y director.

FUNDADOR
DE UNA FAMILIA
INTELECTUAL

La obra de don Pedro Cova, nacido en Cumaná en 1804 y fallecido en Upata el primero de septiembre de 1885 la continuó su familia, muy inclinada a la música y a las letras. Casado con la cuma­nesa Isabel Pérez, bella dama de talento musical, tuvo tres varones y una hembra: Eugenio, Andrés, Pérez y Rita, quienes tuvieron desta­cada actuación en la vida intelectual y cultural de Upata. Eugenio, por ejemplo, se educó en París y realizó cursos de piano y violonce­llo, en cuyos instrumentos tuvo destacada actuación tanto corno ejecutante y com­positor.
Eugenio y Andrés publica­ron en la imprenta traída por su padre desde Cumaná, un semanario, El Promotor, de literatura e intereses genera­les, y más tarde El Caroní, hebdomadario de crítica y literatura.

BUEN CIUDADANO
Y SERVIDOR DEL ESTADO

La Asamblea Legislativa del Estado Bolívar  en reconocimiento de su obra social, política, cultural y económica, lo declaró “buen ciudadano  y Leal servidor del Estado. Posteriormente, en la División Político  territorial del Estado.  Se le dio su nombre al Municipio El Manteco y como buen masón de su tiempo  la Logia N° 28 de Upata adoptó su nombre. El doctor Carlos Rodríguez Jiménez, quien además de diplomático era escritor y poeta, retrata al personaje en este soneto: "Varón digno de lauros inmortales / paladín del progreso y del derecho / fue la ambición constante de tu pecho / hacer el bien y erradicar los males / Mecenas de mil nobles ideales / por todo el bien que en nuestra tierra has hecho / tu nombre en letras de oro y a despecho / del tiempo se conserva en sus anales / Por haberla hecho culta y laboriosa / Upata agradecida a tu memo­ria / consagra su alabanza más hermosa / Y unida a ella verá la Historia / coronada tu frente luminosa / con los rayos más puros de la gloria". El homenaje permanente de reconocimiento a don Pedro Coya habrá de continuar 'ffluy pronto cuando la Editorial Predio que dirige el poeta Pedro Suárez, edite el libro sobre la vida y obra de este personaje y que desde hace ocho años viene preparando con afán casi fanático el cole­ga Ángel Romero, caraqueño casado con una caicarense y adoptado por Upata desde los años sesenta cuando llevado de la mano por el profesor ex presidente de la Asamblea Legislativa, Lucas Rafael Álvarez, ingresó a aquel valle rodeado de colinas para fun­dar la Casa de la Cultura María Coya, de una actividad efervescente como pocas en Venezuela.




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jueves, 4 de enero de 2018

Enmantillado y en un cementerio nació Andrés Velásquez


Andrés Velásquez nació sobre una tumba del viejo cementerio de Puerto La Cruz, el décimo día de noviembre del 53, bajo la regencia de Plutón, dios de los muertos ¡Qué casualidad!  entre escorpiones que hicieron mutis para que pudiera actuar la Comadrona partera que entonces perseguían las onzas del perezjime­nisino. La Seguridad Nacional no creía en brujos, curanderos ni comadronas, Los perse­guía a palo limpio.
Sobre aquella loza lapidaria nació el niño y su primer vagido fue como un ensayo para despertar a los que permanecen dormidos, ajenos a toda realidad substancial. Y hay algo más de aquel acontecimiento impregnado de húmedo salitre y es que el niño nació "eninanti­liado" vale decir, con una especie de túnica que le cubría la cara. Membrana como una capa que según los científicos viene dada por la secreción que se da en el canal vaginal después que el feto abandona el saco amniótico, pero que la creencia popular le atribuye mágica excepcionalidad en cuanto que da suerte en la vida, especialmente cuando la dicha membrana es arrojada después al mar.
Porque nació enmantillado sus partidarios  creen que Andrés Velásquez, dará más de una sorpresa, aunque se dice que él se siente ennantillado al revés porque es mucha la borrasca que lo ha estremecido desde entonces. Puerto La Cruz, Cantaura, Anaco, El Tigrito y , el campo petrolero de Merecuán son testigos de una infancia llena de avatares. Después de nuevo la ciudad del mar vio emerger su adolescencia entre textos de electrotecnia pues quería ser electricista como aquellos hombres magros y curtidos de su pueblo que se deslizaban como arañas entre las redes del alumbrado público. El quería subir esos postes que termi­naban en cruces y mirar el cielo desde lo alto, sentir el relámpago y el trueno en medio de la tempestad.
No pudo continuar estudiando electricidad en la Escuela Técnica de Puerto La Cruz, porque !ido directivo del Centro de Estudiantes lo ó el "Darlings" de la política y ya mas nunca bajó la fiebre. Todo comenzó cuando en la escuela Técnica de Los Chaguarainos en Cara­cas la policía dió muerte al estudiante Mendoza ti. Recuerda que había resistencia para salir la calle a protestar y él con un cachete 'anestesiado tras haberle extraído una pieza el odontólogo en la misma Escuela, arengó al estudiantado y como Enrique Caruso en Nueva York cantando "L Judía" la boca se le llenó de Isangre y su grito y la sangre caldearon los ánimos y pronto en la calle estalló la tempestad.

Siendo directivo del Centro de Estudiantes lo extrañaron por agitador a raíz de la muerte de Mendoza Rati, estudiante de la ETI de Caracas. Le dieron oportunidad de poder continuar los estudios en la de San Félix de Guayana, pero de allí igualmente lo expulsaron y debió proseguir en la ETI de Cumaná, donde corrió la misma suerte a causa de El Tábano, un travieso periodiquito que le zumbaba en las sienes al Director. Al final lo quedó sino la alternativa de ponerse a trabajar para no estar de ocioso y apaciguar la mortificación paternal.
         Empezó trabajando como obrero en la Fábrica de Cemento de Pertigalete y allí su jefe inmediato lo sorprendió al poco tiempo con hojas clandestinas. San Félix de Guayana fue de nuevo su destino para graduarse, ya no de electricista, sino de Luchador Social en la Planta Siderúrgica de Matanzas, cuando apenas tenía 19 años (1972).
         Empezó trabajando en los muelles de la Planta y al cabo de cinco meses le impusieron como castigo trabajar en la Fábrica de Tubos que es área más fuerte, casi infernal de Sidor. La falta virtual había sido su intervención en El Portón (1974) a favor de la Plancha de Movimiento Matancero que revertirá luego en lo que es  La Causa R.   
. De suerte que el adagio según el cual "no hay mal que por bien no venga" se hizo verdad con ese movimiento que logró unir los trabajadores en torno a una bien definida propuesta de lucha a favor del bienestar y seguridad que está obligado para ellos la empresa del estado venezolano. Ese movimiento matancero que después fue la Causa-R, lo llevó a la presidencia de Sindicato Único de Trabajado­res de la Industria Siderúrgica y Similares (SUTISS) el 23 de noviembre de 1979 con un triunfo electoral realmente aplastante que humi­lló en forma imperdonable a todos los partidos representados en varias planchas. El Expreso de la Tarde tituló asi: "Arrasó Causa-R, en Sutiss. Andrés Velásquez nuevo líder de los sidoristas. La Plancha de los Matanceros-Causa R había garantizado esta mañana 7 de los once cargos directivos".
El disgusto de Fetrametal, la CTV y Fetrabolí­var, fue palpable. Ni un solo representante de ellos asistió a la toma de posesión el 10 de diciembre como hasta entonces había sido habitual y obligatorio tratándose de un proceso honesto y democrático. Comenzaba la guerra que tenia corno objetivo estrangular al naciente movimiento. Es lo que cuenta Andrés Velásquez en el libro biográfico que le escribió Farruco en forma de entrevista, publicado el año pasado por Ediciones Agua Mansa y bautizado recientemen­te en la Galería Bicentenaria.
Se hilaron las provocaciones dentro de un siniestro juego montado por Fetrametal en convivencia con quienes desde entonces han manejado la Planta Siderúrgica y a pesar de que nunca se cayó en tales provocaciones se conjugaron los intereses de los partidos despla­zados y quienes controlan Fetrametal desde "tiempo inmemorial" lograron lo que preten­dían, arrebatarles la discusión y decisión del Contrato colectivo de trabajo y firmarlo, no a la medida de las aspiraciones de los trabajadores sino a la medida de los intereses de la empresa. Un contrato al fin que no reflejaba los plantea­mientos fundamentales, entre ellos, la reducción a 40 horas de la semana de trabajo.       ,
Tras la firma del contrato, amparada por un Referendum al final amañado pues solo votaron 92 de los 17 mil obreros de la planta, vino la intervención de la Directiva del Sindicato en noviembre del 81. todavía continúa intervenido porque siempre han temido que unas nuevas elecciones libérrimas, por supuesto, ponga el sindicato en manos de los matanceros.
Cuenta Velásquez en el libro de Farruco que Ildefonso Díaz, miembro del Directorio de la Siderúrgica, encabezaba la Junta Interventora del Sindicato. Así estaban las cosas. "Entonces el movimiento esperaba que nosotros lanzase­mos un conflicto. Pero era diciembre, sabíamos lo que había por delante, y conocimos que se queda aprovechar la oportunidad para quebrar­le la cabeza o el espinazo a ese movimiento tan interesante. Y los obreros siempre nos habían dicho: "Compañeros, nada de huelga". Los representantes del GAR, de la Liga, del CLP y un mirista quinta columna, aspiraban a que -fuése- mos a un conflicto. No quisimos. Si había un precio que pagar lo pagaríamos nosotros, no quisimos arriesgar el movimiento. Así fueron las cosas. Hubo por un tiempo dos juntas, la interventora y la de nosotros, la impuesta por las mafias sindicales y la electa legítimamente por los trabajadores. Un día el presidente de Sidor, Guillermo Briceño, clausuró con soldadura la entrada al Sindicato, nos secuestraron lo que teníamos adentro. Al poco tiempo nos llamó a trabajar. Algún directivo no quiso ir, pero nosotros pensamos que el hecho de ir a trabajar no menoscaba nuestra condición de dirigente. Una vez más tomamos aquello que venía como un castigo y lo convertíamos en un factor de utilidad, de manera tal que con el trabajo podíamos tener una relación más directa con el movimiento...y la gente encantada, porque yo salía de mi trabajo y diariamente se organizaba un acto en el Portón y hablábamos Tello y yo. Salíamos a las tres de la tarde de nuestro turno de trabajo y nos quedábamos en el Portón atendiendo los reclamos sindicales. Seguíamos funcionando como sindicato sin sede, allí en el Portón de la Siderúrgica. Y bueno, ya esta gente viendo que tampoco por esa vía podía con nosotros, tomaron finalmente la decisión de despedirnos de manera ilegal, que es el litigio que presentarnos ante la Corte Suprema de Justicia".
Por detrás de ese movimiento matancero estuvo siempre presente la figura de Alfredo Maneiro de quien nunca Andrés Velásquez aprendió lo suficiente porque creía que sería longevo para terminar de aprender todo lo que le falta. Alfredo fue el mentor, el artífice, el pensamiento activo, cautivador y distinto, quien lo fue modelando a su imagen y semejanza. Hechura de Alfredo Maneiro puede decir Andrés Velásquez que es. Alfredo, un ex-comandante guerrillero que bajó de la montaña convencido de su error y que luego abandonó las filas del PCV, que estuvo como tantos otros acariciando el proyecto original del MAS para terminar fundando lo que fue inicialmente "Venezuela 83" y luego Causa-R, era filósofo y profesor en la Escuela de Periodismo de la UCV, un hombre extraordinariamente sencillo, tolerante, de gran calidad y calidez humanas, dotado de una magia especial para ganarse a la gente, excelente expositor, recio y duro en la polémica, prepara­do- para sortear los más difíciles momentos. Alfredo Maneiro sentía ainor muy especial por Guayana y sostenia siempre que "la primera tarea de la clase obrera venezolana era comen­zar reconociendo a la clase obrera de Guayana corno vanguardia y, de Guayana especialmente, a los trabajadores siderúrgicos".
No pudo Alfredo ver su obra concluida, sino apenas comenzando, dando los primeros pasos, porque murió a poco tiempo de las elecciones del 83. Su muerte resultó un duro golpe para la organización y Jorge Olavarría que debía ser el candidato presidencial, renunció a menos de un mes antes de que se venciera el plazo para presentar a los candidatos ante el Consejo Supremo Electoral. De suerte que la Causa-R decidió elegir en medio de la emergencia un candidato propio y designó a Andrés Velásquez, un trabajador de 30 años de edad, el candidato más joven de toda la historia, sin experiencia en esas lides, sin ninguna posibilidad, pero que demostró ser en el trayecto de la campaña un digno representante de los obreros. Recorrió a Venezuela en autobús y si alguna vez viajó en avión fue porque el General Alvarez Seria le regaló los pasajes. Recuerda él que luego de un programa televisivo, sus entrevistadores Sofía y Carlos Rangel lo vieron empujando el destarta­lado Volskwagen que le habían prestado y ella, Sofía, le gritó desde su Mercedes Benz: "Empu­je candidato" y el candidato no sólo empujó y pujó sino que asustó. Por lo menos en Ciudad Guayana asustó a todos los partidos, incluyendo a AD, quien todavía no ha podido responder inteligentemente a esa interrogante que es la Causa-R.