Un arrendajo de los llanos que le
regalaron al pintor Jesús Soto lo lloraban
por perdido, pero la alegría volvió al rostro de la familia cuando un
hermano del artista lo regresó después que había volado hasta El Callao, a más
de 200 kilómetros de Ciudad Bolívar.
En El Callao vivía y trabajaba para Minerven el técnico geólogo Alfredo Soto, hermano del pintor. El
pájaro negro con pintas azules y mermellón, intuyó el rastro de su antiguo amigo y
allá fue a tener para almorzar tajada, arroz, carne mechada y caraotas
negras. El clásico pabellón- que tanto
le gustaba.
Era un ave increíble, remedaba ciertas
expresiones, se llevaba bien con los niños y se engrinchaba de rabia cuando se
le acercaban persona que no eran de su agrado.
Con las mujeres generalmente resultaba
amable. También con Soto, su dueño, cuando venía y se lo llevaba al pecho para
acariciarlo, con todos los de la familia y especialmente con los niños Alfredo
y Marisela, sobrinos del pintor, y quienes le prodigaban cuidados desde que la
madre del artista murió hacía cuatro años.
Lo cierto es que cuando doña Emma murió,
le abrieron la jaula al arrendajo para que se fuera, pero el pájaro se quedó
rondando la casa, aprendiendo de nuevo a volar por la arboleda del patio,
cantando como siempre al despuntar la mañana y chillando a la hora de la
comida.
Hasta el fallecimiento de doña Enma se
mantuvo enjaulado y desde entonces, libre como el viento, sólo que nada parecía
querer con los otros pájaros. Volaba de rama en rama por los árboles de las
casas vecinas y luego se regresaba, inmancablemente a la hora en que la familia
Soto se sentaba a la mesa o a las seis cuando el sol comenzaba a ocultarse tras
del Puente Angostura sobre el Orinoco.
Pero, sorpresivamente, hubo un día en
que el arrendajo no amaneció bajo su alero habitual. Nadie sabía el paradero de “Bandido” como lo
llaman en casa, comenzó toda la familia a llorarlo por perdido hasta que el técnico
geólogo dio cuenta de él. Nadie sabe cómo pudo volar tantos kilómetros para
llegar a la vivienda de Alfredo Soto en las minas auríferas de El Callao.
Muchas personas en la ciudad lo dudaban y las que no, tejían sus conjeturas. Lo
cierto es que el arrendajo tan apegado a la familia del pintor a veces se salía
con la suya. Los vecinos se deleitaban
comentando las travesuras del pájaro como si fuera las de un niño.
Cuando vagabundeaba hasta muy tarde
fuera de la casa y se le dificultaba el regreso, chillaba hasta más no poder
para que oyera el vecindario y diera aviso a su casa. Entonces el sobrino de Soto se apresuraba a su
encuentro. Cuando el árbol era alto y no podía treparlo, utiliza una escalera
siempre a la mano para esa tarea.
Soto cuando escribía desde Parí, desde
España o los Pirineos, siempre tenía un
saludo especial y muy tierno para su viejo arrendajo. Era el único
sobreviviente de varios que hacía años, por los días de la Semana Santa, lo
trajo su otro hermano “El Negro” desde los llanos de El Tigre.
Era el consentido de la casa y un vez
el perro “Tomy” un poco celoso, lo sacó de la jaula y pensaba engullírselo
cuando el arrendajo dio unos chillidos tan fuertes que despertó a todo el
vecindario. Entonces quien iba a morir era el perro que de la tunda que llevó
pasó casi una semana fuera de casa.
Alfredo
Sadel cuando estuvo en Ciudad Bolívar acompañando a Soto en la inauguración del
museo, se entusiasmó con el pájaro y le ofreció a doña Emma cinco mil
bolívares, pero “Bandido” no estaba en venta. Sadel ignoraba que el pájaro
fuera de Soto.
Irma Soto, la maestra hermana del
pintor, se quejó en cierta ocasión que si “Bandido” la cogía de nuevo por irse
para El Callao, se vería obligada a enjaularlo o decirle a Soto cuando vuelva
que se lo lleve para Los Pirineos.
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