Julio
Garmendia, el primer novelista venezolano que escribió cuentos fantásticos,
llegó en su narrativo a imprimirle tal vitalidad a los cementerios que los
muertos podían levantar sus lápidas y protestas por el abandono y el tráfago
inclemente de la ciudad en desarrollo que perturbaba la eternidad de su sueño.
Y es que los cementerios, aunque abarquen tanta muerte, son cuerpos vivientes,
necrópolis al fin donde habita otra forma de vida, la más cautiva tal vez, pero
también la más real e inevitable.
La
muerte para los egipcios, la civilización más antigua, era una segunda vida que
los llevaba para mayor prevención a proteger el cuerpo de los muertos bajo
incorruptibles embalsamamientos o bajo sólidos y pétreos monumentos como las
pirámides de los faraones.
Las
civilizaciones más recientes, siguiendo un tanto esa creencia que
históricamente traducen esas pirámides como sus antecesores los megalitos,
concibieron los clásicos cementerios donde también hay espacio para que el arte
funerario se recree en los misterios de la vida y de la muerte.
Podríamos
entonces decir que uno de esos clásicos cementerios es el de Ciudad Bolívar,
construidos sobre una loma colindante con el río hace 166 años cuando todavía
el Libertador cabalgaba por el Sur tratando de asegurar la independencia de
América.
Apartheid Mortuario.
No
sólo en el antiguo Egipto como en otras ciudades las clases sociales se podían
distinguir por lo sólido y monumental de sus tumbas sino también en Venezuela
esto era posible, sobremanera durante el período colonial en que los cuerpos
yacentes de los blancos eran sepultados en los templos y los otros en cualquier
sitio fuera de la ciudad. Así es posible ver en el piso de templos antiguos
lápidas de mármol con letras bajo relieve identificando al fallecido como el
lugar y fecha del suceso infausto y una que otra reflexión escatológica.
Angostura la Excepción.
El
templo activo más antiguo de Guayana es la Catedral de Ciudad Bolívar, y no obstante la
tradición colonial y al hecho de no existir un cementerio oficial en forma, en
ella no se inhumaron restos que no fueran de Prelados como fue el caso de
Monseñor García Mohedano, segundo Obispo de Guayana, de Ventura Cabello (nunca
se supo si al fin sus restos fueron trasladados de la Isla Guacamaya ) y hasta el
corazón de Monseñor Bernal mora allí en un nicho, aunque más reciente.
Cual el Cementerio de la Colonia.
Según el cronista
más denso y coherente que tuvo la ciudad en el presente siglo, el carupanero Bartolomé
Tavera Acosta, el Cementerio de Angostura, ya en poder de los republicanos,
empezó a construirse en 1824. La provincia de Guyana dependía del poder central
de Santa Fe de Bogotá y era gobernada por el consumado bolivariano José Manuel
Olivares, quien hasta 1828 debió enfrentar levantamientos reflejos de los
movimientos separatistas de la Gran
Colombia.
Si
Tavera Acosta, historiador bien documentado afirma en sus “Anales de Guayana”
que el Cementerio de Angostura comenzó a construirse en 1824, ¿Dónde entonces los angostureños enterraban
a sus muertos?
El Cardonal.
En
tiempos de la Colonia ,
la población angostureña era relativamente escasa, no llegaba a los 8 mil
habitantes y el índice de mortalidad era muy bajo salvo cuando ocasionalmente
se presentaban epidemias.
Al
hablar sobre el fusilamiento del héroe de Chirica, Tavera Acosta escribe: “El
cadáver de Piar fue sepultado en un sitio denominado El Cardonal, que en ese
tiempo servía de cementerio a los menesterosos. En ese mismo lugar se enterraron
al año siguiente (1818) a los variolosos, y más tarde, en 1855-56 a las víctimas del cólera
morbos”.
Los
celadores del Cementerio se han ido trasmitiendo de boca a boca el sitio donde
enterraron a las víctimas del cólera y lo ubica en un área que abraca el
Cementerio de Angostura.
El
Cementerio ha sido ampliado y remodelado cuatro veces. En 1848-62 por varias
administraciones; en 1923 bajo la gestión de Pérez Soto; en 1952 bajo el
Gobierno de Barceló Vidal y en 1959 el Presidente Municipal Luis Felipe Pérez
flores ordenó la construcción de unos nichos para ampliar la capacidad en forma
vertical toda vez que ya no había más terreno para continuar ensanchándolo.
Las
continuas ampliaciones terminaron por abarcar en una salo unidad el sitio de El
Cardonal donde enterraban a los menesterosos y muertos por el cólera. Este
sitio, según el Celador Pedro Rebolledo y los sepultureros Agustín Fajardo,
Santo Tomás Pérez y Rafael Sotillo quedó bajo la estructura de concreto armado
para los nichos de la parte noreste. Precisamente esta edificación jamás se
utilizó porque sus bases cedieron debido a las fosas centenarias que allí había
y que virtualmente no se percibían.
El Cementerio de 1824.
Según
Tavera Acosta, el Cementerio comenzó a construirse en 1824, pero existen allí
tumbas como la del prócer de la Independencia Manuel Palacio Fajardo que data en
1819. Entonces es deducible que es ese el mismo lugar donde se inhumaban los
cadáveres en tiempos anteriores que abarcarían los de la Colonia.
Las cuatro ampliaciones sucesivas a partir de
1824 nos hacen pensar en lo pequeño que fue el Cementerio durante los primeros
decenios de la Ciudad. Tal
vez de la mimas tamaño de Cementerio Protestante anexado en 1848, es decir, 100
por 50 varas equivalente a unos 330 muertos cuadrados. Actualmente todo el
Cementerio abarca con su forma poligonal unos 80 mil metros cuadrados con un
promedio de 20 mil tumbas aproximadamente. Y aún se cree que el Cementerio
primigenio era aún más reducido toda vez que para evitar la asimetría con el
anexo de los protestantes el Gobernador Pedro Muguerza decidió ampliarlo.
El Cementerio de los Protestantes.
Mientras
el Cementerio angostureño no se oficializó dentro de un perímetro amurallado y
una Capilla erigida a la Santísima Trinidad ,
no hubo problemas en cuanto a si el cadáver de un anglicano, un calvinista o
luterano podía enterrarse cerca de un católico.
El
prejuicio religioso de la época llevó a muchos católicos a temer por un
purgatorio más prolongado a causa de la contaminación por trato, amistad o
cercanía con algún seguidor de religión distinta tanto en vida. De manera que
siendo este pueblo católico, apostólico y romano por herencia, sentimientos y
norma constitucional, difícil resultaba tolerar en la Iglesia o el Cementerio a
quien no lo fuera.
Delimitada
oficialmente el área del Cementerio Católico, jamás pudo servirse de él quien
no profesara la misma religión. La
Iglesia no lo permitía. De modo que los cadáveres de los
protestantes eran enterrados fuera de esos muros amalgamados con piedra y
barro. Por tan inhumana discriminación, el 8 de septiembre de 1840 los señores
Augusto Federico Hamilton, Carlos H. Mathison, Juan Bautista Dalla Costa,
Hermann Monch; Adolfo Wuppermann, Alejandro Barman, Teodoro Monch, Guillermo
Hood, Enrique Banch, Herman Watjen y Ernesto Krogh se reunieron en la casa del
primero de los nombrados, para tratar tan serio asunto.
La
idea era construir un nuevo Cementerio a base de contribuciones para inhumar
los restos de los no católicos, en su mayoría británicos, irlandeses, alemanes,
lo cual se materializó ocho años después (1848) con una colecta total de 1.235
pesos y un terreno de 100 por 50 varas donado por el Concejo Municipal de
Heres, contiguo al Cementerio Católico.
Actualidad de un Cementerio Histórico.
El Cementerio
actual tiene casi la misma edad de la
ciudad porque antes que se oficializara con muros, rejas y capilla, en el
mismo sitio la errática capital de la provincia comenzó a enterrar sus muertos.
Pero desde los años 1970 se acabaron los espacios en su interior para nuevas
tumbas aunque muchas son reutilizadas luego que el tiempo biológico queda
reducido a polvo “Post mortem nihil est”
y aún cuando no haya un espacio más,
el Cementerio seguirá vivo en el amor de quienes por cualquier vía descienden o
dependen de los muertos; seguirá vivo en el responso y las flores del 2 de
noviembre o del aniversario individual de quienes allí reposan; seguirá vivo
como reliquia arquitectónica pues en toda su estructura es detectable el
material y la técnica de construcción predominantes en el curso de dos siglos,
desde la piedra bruta y el barro pasando por el ladrillo hasta el bloque y la
mampostería. En fin, seguirá vivo en sus bien labradas piezas tumularias, en su
estatuaria de cruces, cristos, vírgenes, ángeles, serafines y los más variados
símbolos de la ultimidad, en sus mármoles blancos de Carrara, en sus mármoles
negros de Bélgica y en sus mármoles amarillo de Siena y hasta en el jaspe y el
cuarzo de nuestras canteras.
El
neoclasicismo algunas veces añorando el rococo hasta el arte moderno están representado allí en
muchos monumentos, sepulcros y panteones familiares, sólo que muy maltratados
por el abandono, el monte y las raíces de árboles y arbustos que germinaron y
crecieron allí espontáneamente. El tronco de un frondoso Matapalo prácticamente
quedó incrustado en la tumba alta de Rudolf Ferdinan Groos fallecido en 1868 y
así se puede decir de otras oprimidas por los tentáculos de un Acacia o un guayacán.
Hay
monumentos valiosos del siglo pasado que deberían ser preservados como el de
los Dalton en forma piramidal levantado en 1883; el de María de Von Buren en
1863; el de Alejandro Mantillo Olivares (1888); el de Luisa Josefa de Alcalá de
Aristiguieta (1856); el de Geni Pérez (1863); Isabel Ballenilla (1850); el de
José Lezama; el de Clemencia Romberg (1882). Hay otros no identificados porque
hasta las lápidas han desaparecido. Recordamos que la lápida de la que fue
tumba de Tomás de Heres fue grabada pro el reverso y utilizada en otra tumba.
Luego fue rescatada y hoy está en depósito en el Museo de Ciudad Bolívar.
Los
Cementerios son cuerpos vivos dentro de la dinámica social, mucho más cuando
como en el caso del Cementerio principal de Ciudad Bolívar reúne tantos valores
históricos como artísticos, pero sino se cuidan y se someten a una ordenanza estricta
de protección, conservación y vigilancia terminará hundiéndose en su propia
muerte. En este Cementerio no hay vigilancia nocturna, no hay un orden
administrativo establecido, no hay archivo, no hay guías, carece de una
nomenclatura, de sendas, de veredas, de censo y de una información cabal de
valor histórico y turístico así como un servicio permanente de limpieza,
ornamento y jardinería. Hace poco presuntos drogadictos escalaron los muros y a
mandarriazos destruyeron decenas de tumbas costosas. Esto es doloroso porque
ese Cementerio es un Monumento Público Regional.
Monumento Público
Regional.
El
Cementerio principal de la ciudad en consideración a si antigüedad y valor
artístico de numerosos panteones familiares debería declararse Monumento
Público Regional para lo cual la
Ordenanza que lo implique debería establecer trabajos de
remodelación, restauración y rescate de las piezas tumularias afectadas
asimismo para que las intervenciones individuales se ajusten a ciertas normas
de protección y conservación. Esto hay que hacerlo antes de que como en el
cuento fantástico de Garmendia, los muertos levanten sus lápidas y nos
reprochen con severas admoniciones.
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