Crucijo ante el cual oró Piar antes de ser ejecutado |
El Crucifijo de Piar fue restaurado por Freddy Torres Bello. Se
le dice “de Piar” porque estuvo en las manos del héroe de la Batalla de San Felix o Chirica.
Se lo había entregado su
confesor, el padre Remigio Pérez
Hurtado, minutos antes de ser ejecutado.
Pero, en realidad, el Crucifijo pertenecía a la Catedral y se utilizaba
en determinados ritos sagrados de la iglesia.
Piar le dio connotación y
trascendencia con sólo tenerlo un momento en sus manos. El momento de su muerte. Hasta entonces, aparte de la imagen de Jesús
que siempre la tiene y está en todas
partes, al Crucifijo muy pocos lo admiraban por su data y valor material y
artístico intrínseco que lo tiene y muy alto, pues el crucifijo es de plata,
data de mediados del siglo dieciocho y
salió de las manos artísticas de un
oficial margariteño que prestaba servicio en los coloniales castillos de
Guayana La Vieja.
Entonces, los capuchinos
explotaban una mina de plata en la zona de Capapui y de la misma muestra de
plata que enviaron a España ha podido quedar una parte que los misioneros
pusieron en manos de este oficial
identificado en la peana del propio crucifijo como Juan González Navarro.
González Navarro, quien era
hijo del Gobernador de la isla oriental, aparece en la lista de los exploradores
del Alto Orinoco que infructuosamente buscaron el misterioso país de los
Omaguas, donde algunos colonizadores hispanos, entre ellos, el gobernador
Agustín Arredondo, situaban a El Dorado.
El Crucifijo, no obstante,
estuvo un tiempo como relegado en algún sitio de la Catedral hasta que un
día, comienzos de siglo escudriñando sus rincones, el historiador Bartolomé
Tavera Acosta, lo identificó y llamó la atención del obispo Antonio María
Durán, quien de inmediato se interesó por la joya y la hizo colocar en su
oratorio del Palacio Episcopal.
Posteriormente en 1942, Monseñor Miguel Antonio Mejía lo
confió al doctor José Gabriel Machado para que lo conservara y exhibiera en el
Museo Talavera, donde permaneció hasta
que fue rescatado por el Gobernador Pedro Battistini Castro y guardado en una
caja de seguridad. El Gobernador Andrés
Velázquez dispuso que se exhibiera en la Casa Piar, donde
permaneció hasta que nuevamente volvió a la caja de seguridad de la Gobernación por temor
a que fuese hurtado por la delincuencia desata de nuestros días que no perdonó
ni la Custodia
de la Catedral
ni la Venus de
Tacarigua del Museo de Ciudad Bolívar.
El Crucifijo tiene 26 centímetros de alto por 15 de ancho de
un extremo a otro de los brazos y sobre la superficie de la base la siguiente
inscripción: “De la Yglesia del Ssmo. y Sto. Thme de la Guayana. Se acavo de aser el dya 5
de Febo. del año de 1723”.
De suerte que el Crucifijo, con casi tres siglos, se le
entregó a una entidad denominada “Funda-patrimonio” para una limpieza mecánica
que le devolvió su brillo anterior;
pero, no sabemos por qué no le
fue corregido cierto defecto a la vista, producto de una caída posiblemente.
El Crucifijo se partió
cerca de la base, nadie sabe
cuándo, y para unirlo se utilizó una soldadura muy tosca e inadecuada
que incluso lo dejó con una inclinación sobre la base. Antes no se sabía si el Crucifijo era realmente de plata pura,
luego se comprobó lo contrario. Cuando
fue exhibido por algún tiempo en la propia celda de Piar, el visitante podía
observarlo montado en un pedestal de hierro que terminaba en un cubo de vidrio. Posteriormente fue reubicado sobre pedestal
de caoba dentro de un nicho construido expresamente en el ángulo izquierdo del
muro de fondo de la celda, con puerta de madera, cerradura y cristal de
seguridad e iluminado por un reflector halógeno. Lo cierto es que el Crucifijo
de Piar ahora no está en la celda donde los guayaneses consideran que debe
permanecer, incluso sin las obras de artistas plásticos que interrumpen la
majestad de su silencio trágico y de
muerte.
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