viernes, 8 de abril de 2022

PARAPARA Y ZARANDA

Reportaje de Américo Fernández y fotos de Ana Márchese. Correo del Caroní de 27 de marzo de 1991. PARAPARA Y ZARANDA Tiempo de truenos, tiempo de tapar los santos con manto morado y de empatarse en lo lúdico de la Tradición. Sí. Llegó el tiempo de los juegos tradicionales de la Semana Santa, juegos encantadores y febriles de cuando Ciudad Bolívar no se extendía más allá de los Morichales, cuando todavía la Plaza Bolívar y la Catedral Metropolitana eran el centro social neurálgico de la ciudad de los años cincuenta. Centro donde los muchachos se recreaban, se ponían a tono con el amor, con la amistad y hasta resolvían las diferencias con cánticos sagrados, profana música de retreta y lúdicos sueños de Quiminduñe. El tiempo y lugar de jugar los menores era en la plaza mientras los mayores se entregaban a la Pasión de Cristo en culto y silencioso rito. Afuera, sin embargo, el ambiente era más tierno, inocente y animado. La juventud venía preparada con todas sus herramientas. No había que ir a la Escuela para aprender a fabricar y jugar zarandas musicales o taparitas taratatera o rastrera, ni enlazar en la ingenuidad de un verso los pares o nones del quiminduñe. No había esa necesidad que ahora reclaman los Folclorólogos cultivadores de la cultura criolla porque existe la comunicación cálida y directa que hoy tratan de cubrir en función del desarrollo los medios impresos y radioeléctricos. Es por ello que hemos pasado de la sociedad tradicional a la sociedad industrial que ha adquirido otra manera de actuar o comportarse. Tal vez por ello también los juegos de los muchachos de ayer resultan extraños a los de hoy a pesar de la resistencia de Mariita Ramírez que ha crecido anclada en la parranda airosa de La Maracucha, en la Guasa, ritos, objetos y animales de Alejandro Vargas y cabalgado a trote cerrado sobre el lomo de los caballitos de Catalina Yánez. A pesar de ella que trepa por los paraparos del fortín del Zamuro, Los Culíes o Cerro Azul para hacer desgranar lágrimas negras sobre la plaza que vio morir a Piar sin responsos ni doblar de campanas. De todas manera, la insistencia propia de quienes cultivan la fe y se aferran a nuestras raíces, perduran. Por esa gracia y por ese afán en esta Semana Santa tendremos Jueves y viernes de parapara y zaranda dentro de una formalidad conducida e inducida que a la postre emocionará dejando de lado por un rato los modernos juegos de la cibernética. En el Rio Orinoco / Nunca hubo tiburones / sólo cuando llega agosto / hay sapoaras por montones/ ahora quiero que me digas / si son Pares o Nones/. Así comienza a disiparse en los muchachos el ocio impuesto por nuestra vernácula creencia con este verso que es una variación y recreación del tradicional Quiminduñe heredado por unas cuantas generaciones. ¿Quiminduñe? / Abre el puño / ¿sobre cuánto? Simple acertijo o adivinanzas que pueden ser poéticos, jocosos o picarescos o en todo caso, una forma como los enigmas basados en equívocos o juegos de palabras. Juegos que nos vienen increíblemente del antiguo Oriente donde el acertijo tuvo un sentido religioso y exotérico como aquel enigma de la esfinge de Tebas: ¿Cuál es la criatura que en la mañana camina en cuatro patas, después en dos y, finalmente, en tres? En esta interrogante no juega el azar como en el Quiminduñe que tiene elementos lógicos de asociación que ayudan a razonar. Una estructura diferente, pero de entretenimiento. Estos juegos infantiles y populares de Semana Santa que nunca pasaron de moda, sino que llegaron por vía de la colonia o la inmigración y cada pueblo donde se sembró, adoptó la impronta de su ontología. En el Quiminduñe juega alternado el azar sujeto a opciones entre dos personas. En el Oriente venezolano se mantuvo hasta su extinción, la forma tradicional y se jugaba con maíz tostado, caramelos o metras. En Ciudad Bolívar se sustituyó el clásico Quiminduñe de “abre el puño” por un verso figurativo y se adoptó como objeto motivador el fruto del paraparo convenientemente utilizado para jugar metra o canicas que también nos viene del Oriente, específicamente de Egipto, inventado antes de Cristo y el cual se extendió por Europa e Hispanoamérica. +++ EL PARAPARO El Paraparo es una planta alta y frondosa cuyo fruto la parapara viene envuelta una pulpa jabonosa muy utilizada por las lavanderas estregar la ropa. Es tóxica la cutícula y esto lo conocen desde tiempos remotos nuestros indígenas que la utilizan para pescar. La fructificación comienza en enero y termina la maduración justamente los días próximos a la Semana Mayor. La parapara además de utilizarse en los juegos de la canica y el quiminduñe, se emplea en la artesanía para collares, sarcillos, pulseras, trencitos, muñequitos y otras curiosidades. LA TAPARITA RASTRERA Taparita rastrera denominan los citadinos una mata de hojas doradas y alternas que germina espontáneamente en márgenes de los ríos o en ciertos botaderos basura. Parecida a una cu- curbitácea como la calabaza y el pepino, se expande sobre la tierra y al despedirse la estación lluviosa florece y al secarse la flor los capullos se vuelven calabacinos globosos. El juego consiste en hacerla bailar mediante una cuerda enrollada en la punta saliente del eje, valiéndose de una paleta que tiene un agujero por donde pasa el cordón. LA FUNDACION PARAPARA Y el juego de la zaranda y la parapara no se ha quedado en la temporalidad de la Semana Santa, sino que omnímodamente se ha institucionalizado en una Fundación que atiende a otras ramas del arte y la artesanía. La Fundación data de hace diez años y se sostiene con un subsidio del Conac, la cooperación de la Casa de la Cultura “Carlos Raúl Villanueva” que dirige Mimina Rodríguez Lezoma, pero esencial-mente con la mística y apasionada voluntad de los jóvenes que pasan por ella. En la Fundación Parapara, la única que perdura en calidad de Presidenta es su Fundadora Mariíta Ramírez, porque los demás integrantes, estudiantes demandados por la Universidad, la profesión o el matrimonio, deben dejar su espacio para quienes se cultivan en el semillero de los talleres que ha creado la institución a objeto de que perviva en constante renovación el Grupo o Conjunto que interpreta y ejecuta la música autóctona de Guayana. Música como la Guasa de la cual hay un buen repertorio heredado del juglar Alejandro Vargas y el Calipso cailaoense. En septiembre del 86, el Grupo Parapara, armado de cuatro, guitarra, maraca, tambor y rayo, ganó el Festival Nacional de Música Tradicional patrocinado por la CTV en el Teatro Municipal de Caracas. Allí sonó con todo el orgullo regional la popular guasa ‘‘El Valentón” de Alejandro Vargas. Bolívar sobresalió entre las delegaciones de los 18 Estados del país que batallaron en la competencia y no por tantos laureles y requiebros. Mariíta ha dejado el autobús. En él se traslada y viaja siempre y de cuando en cuando la sorprende un hola. ‘‘Hola, Parapara” le dicen los niños y ella responde haciendo bailar como una zaranda las paraparas de sus ojos.(AF)

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