miércoles, 18 de octubre de 2017

Las Dobles Costas del Orinoco (Clic para leer reportaje)



ARUCAS SUS  PRIMEROS HABITANTES
Descendientes de los Tupi, vinieron del Sur de la América Meridional hace 17 mil años cuando el Orinoco había terminado su declinación desde el abra de los canales Unare-Tuy-Naricual y quedado recostado sobre la roca cristalina del Escudo Guayanés.

Américo Fernández



(Reportaje publicado  e n la edición aniversaria del Diario "La Costa" el 5 de marzo de 2012=

        Ayer cuando subía por la única calle de piedra que conduce hasta la plaza mayor, me detuve a conversar con Cruz María Rivero que protegido por una ancha sombrilla multicolor, ofrecía jugo de naranja a los transeúntes. 
Siempre me llamó la atención este personaje, no por la forma como se gana la vida, sino por sus rasgos fisonómicos un tanto emparentados con etnias peruanas o paraguayas,  Sin embargo, él me aclaró que es criollito de Ciudad Bolívar, pero que su madre era una india guaraúna nacida en las costas del Delta del Orinoco.
        Esta apreciación, accidentalmente curiosa, me llevó inmediatamente al historiador Lino Duarte Level, quien sostiene que  los Arucas, primeros habitantes de las costas del Orinoco y otros ríos, eran descendientes de los Tupi.

La etnia Tupi
Los Tupi es uno de los principales grupos étnicos de los indígenas brasileños, junto a los guaraníes, con los que están relacionados. Originariamente, habitaron la selva amazónica, y posteriormente se expandieron hacia el sur y gradualmente ocuparon la costa atlántica. Los descendientes de estas tribus viven hoy en día confinados en reservas indígenas o han asimilado en algún grado la cultura de la sociedad dominante.
La etnia tupí habitaba casi toda la costa de Brasil y la selva amazónica cuando llegaron los portugueses. A pesar de que eran un único grupo étnico con una lengua común, los tupís estaban divididos en varias tribus enfrentadas constantemente en guerras unas contra otras.
Los guaraníes son una nación diferente, habitantes del sur de Brasil, Uruguay, Paraguay  y el norte de Argentina que hablan la lengua guaraní. Éste es otro idioma que se considera parte del mismo grupo que el tupí.

 Arucas y Caribes
Lino Duarte Level, historiador nacido en Angostura el siglo diecinueve, sostiene que los Arucas, descendientes de la raza de los tupíes, indígenas del Sur de la América Meridional, fueron los primeros pobladores de Guayana y también los inventores de la hamaca, los propagadores del cultivo del tabaco y del maíz. Se dedicaron a la cerámica y canjeaban sus productos con otras tribus. 
Después de los Arucas vino del mismo sur la raza Caribe que invadió las Antillas desde Venezuela y no al contrario como algunos investigadores afirman. Los Caribes que en un comienzo fueron sometidos por los Arucas, se sublevaron y al final se reafirmaron como raza más fuerte.
Los tupíes, los arucas y los caribe, pertenecen a un mismo grupo lingüístico, aunque con variedad somatológica debida a las circunstancias de estar ampliamente diseminados.

El Orinoco pre-cretácico
Cuando los arucas llegaron a Guayana, ya el Orinoco hacía 17 mil años que se había situado donde geográficamente se halla actualmente.  Porque el Orinoco no era el mismo de la trayectoria y cauce de hoy. Es decir, en el período pre-cretácico, hasta 3.500 millones de años atrás no se sabía cómo corría el Orinoco sobre la tierra positiva formada por el Escudo guayanés-brasilero que era lo único que existía de la América del Sur.
Los geólogos J. N. Perfetti y José Herrero Noguerol, propusieron en el VI Congreso Geológico Venezolano la idea especulativa de que el Orinoco entonces ha podido ser el mismo Río Guaviare con salida Sur-Norte hacia el borde del Escudo al que después se agregó el Río Meta que en copiosa correntía bajaba de la formación cordillera cuando ésta emergía en pleno período terciario y el mar se retiraba a medida que la sedimentación iba tomando cuerpo.
Podría decirse entonces que el Orinoco del período terciario –dos millones de años- divagaba desde su punto de confluencia con el Meta por y a lo largo de la depresión del actual Río Unare, hasta desembocar en el Mar de las Antillas por las abras de los canales Unare-Tuy-Naricual.
Pues bien, en época más reciente –un millón de años- y a causa de una serie de fenómenos estructurales y geomorfológicos, el Orinoco comenzaría a declinar, como el minutero de un reloj, desde la desembocadura del Unare hasta lo que es hoy el Delta. En esa etapa de todo un proceso tormentoso, el Río Padre entró en reposo al encontrar su cauce actual, recostado sobre las rocas cristalinas del Escudo guayanés. Esto hace suponer, que el Orinoco moderno, el de la línea sinuosa descendente que va de Caicara hasta el Delta, debe tener entre 10 y 17 mil años aproximadamente, la misma edad que se dice tiene la aparición de los primeros habitantes de Guayana.

Colón primero en observar costas del Orinoco
El Almirante Cristóbal Colón fue el primero en observar y contemplar las costas del estuario del Orinoco.  Ocurrió el 2 de agosto de 1498 en el tercero de un total de cuatro viajes realizados para descubrir el nuevo mundo.
Luego de larga y penosa travesía iniciada el 30 de mayo desde la villa de San Lúcar, el marino Alonso Pérez se subió a la gavia el mares 31 de julio y anunció que desde la cofia del mastelero veía tierra (era la Isla de Trinidad), lo cual provocó una explosión de alegría y por consiguiente de “Salve Regina” rezada por toda la tripulación.
El Almirante enrumbó sus tres naves en esa dirección a donde, según dice en carta enviada a los Reyes Católicos “Llegué a hora de completas a un cabo a que dije de la Galea después de haber nombrado a la isla de la Trinidad, y allí hubiera muy buen puesto si fuera hondo. Allí tomé una pipa de agua, y con ella anduve ansi hasta llegar al cabo,  y allí hallé abrigo de Levante y buen fondo y así mandé seguir y adobar la vasija y tomar agua y leña y descender la gente a descansar de tanto tiempo que andaba penando”.
Colón navegó toda la desembocadura del Orinoco, desde Boca de Serpiente hasta la Boca del Dragón, inmerso en el inusitado asombro que le producía el ruido espantoso de las aguas, de la pelea incesante entre el agua dulce y la salada, de las hileras encrespadas de las corrientes y de un río inconmensurable que parecía venir del infinito.
Aquel espacio como un lago entre las costas orientales del Delta y las costas occidentales de Trinidad, lo navegó cautelosamente, excitado y abrumado por las reflexiones místicas que le suscitaba el inefable paisaje natural. Quería tal vez que las ninfas de las aguas o las driadas de los manglares le aclararan sus auscultaciones: “grandes indicios son estos del Paraíso terrenal escribía- porque sitio es conforme a la opinión de santos teólogos, y así mismo las señales son muy conformes que yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así e vecina con la salada; y de ello ayuda la suavísima temperancia, y si de allí del Paraíso no sale, parece aún mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río grande y tan fondo”.     El misterioso Almirante, con sus reacciones sensoperceptivas se aproximaba inconscientemente a la verdad mitológica de los aborígenes que crían aquellos de verdad como el Paraíso. Un Paraíso donde aún no anidaba el infierno de la Manigua que atrae y devora a los afiebrados buscadores de oro.
Después del Almirante Cristóbal Colón en 1499, pasaron frene al litoral guayanés el castellano Alonso de Ojeda y el florentino Américo Vespucio, al año siguiente y en 1500 el andaluz Vicente Yánez Pinsón que lo bautizó como “Río Dulce”..

Primeros exploradores de las costas
Vistas la primera vez las costas de la desembocadura del Orinoco por estos expedicionarios hispanos que seguían la ruta de Colón, comenzaron las exploraciones,  dieciséis años después con el piloto Juan Bono de Quejo, quien llegó hasta el hoy pueblo de Barrancas en busca de indios para venderlos como esclavo a los buscadores de perlas de Nueva Cádiz.  Él se hallaba en el Nuevo Mundo desde la conquista de México por Hernán Cortés y cuando decidió penetrar  la desembocadura del Orinoco, era titular de repartimientos en Cuba y Puerto Rico
        Siguiendo la estela de sus barcos vino después, ya en 1532, Diego de Ordaz, también compañero de Hernán Cortés, pero mejor afianzado y preparado para la exploración.  No venía con la intención de esclavizar Arucas del estuario orinoquense, sino de encontrar el Paraíso Terrenal presentido de Colón donde suponía como en todo paraíso, la existencia de ónice y oro.
Si así lo decía y dejaba en su diario de abordo registrado el Almirante Cristóbal Colón, que piezas de oro colgaban del pescuezo de los primitivos habitantes de aquellas tierras continentales,  y lo mismo que el oro las perlas relumbrando en sus brazos, entonces de verdad que podía ser el Paraíso Terrenal y fue este decir lo que deslumbró a Diego de Ordaz cuando hallándose junto con Hernán Cortés conquistando la tierra de los aztecas, renunció a todo cuanto había obtenido para navegar hacia el Sur en busca de las fuentes prístinas del gran río de las confluencias a pesar de los temores que le infundían, pero ¿si él había coronado el fuego volcánico del  Popocatepetl, cómo no acometer esa empresa donde sólo había que luchar contra las masas de  aguas empujando hacia el mar y los gnomos que guardan sus riquezas?
Con el bauprés de sus barcas rompió la virginidad del río, pero a costa de mucha sangre indígena y de su propia tripulación que al final quedó diezmada por las flechas de las cuales pudo escapar gracias a que según su creencia estaba protegido por el cordón de la Orden de Santiago.  Pero si no se lo tragó el cráter encendido del Popocatepetl ni los pailones del Orinoco, terminó irremisiblemente lanzado en el océano después de morir repentinamente ¿envenenado? cuando junto con su contrincante Pedro Ortiz de Matienzo, Justicia Mayor de Cubagua, se dirigía a España a terminar de dirimir sus diferencias, pues éste lo acusaba de incursionar en esos predios de su jurisdicción que no pudo resolver la Audiencia de Santo Domingo.
Exactamente,  la capitulación de conquista sólo facultaba a Diego de Ordaz para explorar y poblar desde el Marañón (Amazonas) hasta Macarapana (Estado Sucre) en tierra continental, por lo tanto no podía abarcar Nueva Cádiz (Cubagua) donde abundaban las perlas que Colón había visto deslumbrar en los brazos de los mancebos primitivos del supuesto Paraíso Terrenal.
Diego de Ordaz sepultado en el mar tenebroso no pudo volver a España para reencontrarse con Castroverde de Campos (Zamora) donde nació hacia 1480. Él que había acompañó a Alonso de Ojeda en su viaje a Cartagena de Indias (1509), que estuvo también con Juan de la Cosa, a quien vio morir atravesado por una flecha envenenada, en fin con Diego Velázquez de Cuéllar en Cuba (1515) y con Hernán Cortés en México, terminaba su vida de manera tan trágica.
Provisto de la capitulación con la cual soñaba entrar al Paraíso Terrenal de Colón, había salido de Sanlúcar el 20 de octubre de 1530, pero ya vemos cuál fue su suerte. De esta temeraria expedición sólo le quedó el mérito histórico de haber sido el fundador de San Miguel de Paria (1531) y de ser el primer europeo en remontar el río Orinoco (23 de junio), llegando hasta la confluencia con el río Meta.
Lo sustituyó en su afán, Alonso de Herrera, quien si bien es cierto remontó el río más allá del punto anterior, no pudo, sin embargo,  retornar porque a este si es verdad que se lo tragaron los pailones después de haber sido traspasado por siete flechas ungidas con curare.
La tercera expedición a lo largo del río la hizo el segoviano Antonio de Berrío,  al revés, es decir, no desde el Delta sino desde el Meta, pero en vez de encontrar ónice y oro como pretendía el Comendador de la orden de Santiago, encontró mala fortuna pues lo perdió todo, 100 mil pesos en oro que su noble mujer María de Oruña había heredado de su tío Gonzalo Jiménez de Quesada, el fundador del Reino de Granada; pero por lo menos le dejó a las tribus de Morequiito una ciudad que todavía perdura a la orilla del río, aunque no con el primigenio nombre de Santo Tomás, apóstol de su devoción, sino con el del otro, el apóstol de la libertad.

Amalivac creador del Orinoco
Detrás de Antonio de Berrío vinieron los misioneros a catequizar a los primitivos pobladores de las costas del Orinoco, entre ellos, el jesuita italiano Felipe Gilij, quien narra en sus memorias el mito de Amalivac dentro de la singular cosmogonía de aquellos habitantes –los Tamanacos- de filiación Caribe
        Colón especulando a la luz de su misticismo cristiano había  confundido con el Paraíso terrenal lo que vislumbraba más allá de las costas del estuario orinoquense  y no estaba muy distante de la verdad aborigen que creía vivir en un paisaje edénico creado por su héroe cultural Amalivac, creador, por lo tanto, del Orinoco después del Diluvio al que sólo sobrevivió una pareja aborigen  que después que descendieron las aguas, sembró el Moriche o Árbol de la vida.
Amalivac, dios enigmático, de contextura atlética suavizada por frondosa barba y cabellera blanca, casi del mismo color de su túnica, les dijo ser su padre y haberlos salvado para asegurar la permanencia de la vida humana sobre la tierra. Por ese motivo los invitó a crecer y multiplicarse y cuando se despidió de ellos las aguas comenzaron a descender.
Después de un tiempo largo, Amalivac regresó en compañía de su hermano Vocci y dos hijas, con el propósito de perfeccionar la vida en la tierra. Fue cuando concibió la idea de crear al Orinoco para que la floreciente nación pudiera comunicarse con toda la Geografía.
Cuando llegó ese día, los hermanos se consultaron largamente, pues aspiraban los Tamanacos que fuese creado el Orinoco de tal manera que se pudiera remar sin esfuerzo tanto a favor de la corriente aguas abajo como aguas arriba, a fin de que los remeros no se cansaran en el curso de la navegación; pero, no fue posible, Amalivac quería poner a prueba el ingenio de los Tamanacos y todo no se les podía servir en bandeja de plata. Entonces, dice la leyenda, habría sido cuando comenzó a materializarse la navegación a vela aprovechando el recurso del viento.
        Se prolongaba el tiempo de permanencia y las hijas de Amalivac deseosas de regresar, fastidiaron hasta más no poder al padre hasta que éste las sentenció a quedarse allí para siempre con las piernas inutilizadas para que no pudieran abandonar nunca el lugar, pero sin afectar su fertilidad o capacidad de procreación pues quería Amalivac que ellas contribuyesen a la multiplicación de la raza tamanaca y como depositarias que eran de la sabiduría de su padre, la transmitieran a sus hijos en procura de la felicidad.
        Amalivac vivió entre los Tamanacos largo tiempo en el sitio denominado Maitata, justamente en la gruta existente en lo alto de un cerro llamado Amalivacá Yeutitpe. Su tambor “Amalivacá Chamburai”, era una piedra en el camino de Maitata.
        Un día Amalivacá o Amalivac decidió regresar al otro lado del mar de donde había venido y ya listo en su canoa para el largo viaje, quiso obsequiarle a su pueblo vida eterna con estas solemnes palabras: “Uopicachetpe mapicatechi”, que para los tamanacos significaba que tendrían una vida eterna, tan sólo modificada por el cambio de la piel, tal como ocurre a los grillos y a las sierpes. Más, cuando una anciana de gran influencia sobre su estirpe, escuchó la sentencia sagrada, incrédula se burló del dios y éste indignado rectificó diciendo “pues entonces habrán de morir” (mattageptechi).
        Desde aquel momento, los Tamanacos atribuían la culpabilidad de su finitud a la abuela incrédula que pretendió burlarse de Amalivacá. Amalivacá zarpó en la canoa y dejó sembrada en su nación preferida el presentimiento de que volvería. Pero no volvió y cuando el misionero Felipe Salvador Gilij, a mediados del siglo XVIII, visitó las costas de Caicara del Orinoco (Municipio Cedeño) sólo quedaban 125 individuos de una población más numerosa que se deduce fue diezmada por las epidemias y las guerras.
        Carapaica, su cacique o gobernante, dijo al misionero cuando le propuso trasladarlos a la Misión de la Encaramada, cerca de la Urbana: “Todos somos hijos de uno y aunque tenemos colores diversos, descendemos de un solo hombre. El sol abrasador, las fatigas y la penosa vida nos han disminuido. Somos ya humo blanco, blanco, como el vestido de Amalivacá”.
Amalivac se fue y no volvió en persona sino a través de sus dos hijas que se multiplicaron en interminables generaciones que fueron poblando las costas del Orinoco desde su propio Delta hasta más allá  del Atabapo. 

Surgimiento de los pueblos costeros
Así fueron surgiendo los actuales Puertos de Pedernales,  a la entrada del muy transitado cabo de su nombre; Tucupita, capital del estado Delta Amacuro, se inició con tres viviendas y hoy tiene 50 mil habitantes; San Rafael de Barrancas, la población más antigua de Venezuela;  Ciudad Guayana, integrada por San Félix y Puerto Ordaz, asiento de la industria minera y energética y la más poblada de Guayana; Ciudad Bolívar, capital del Estado y la más vinculada al Orinoco desde el punto de vista histórico; Nuestra Señora de la Soledad, conforma con Ciudad Bolívar la Angostura del Orinoco;  Moitaco (Real Corona),  Mapire, en jurisdicción de Anzoátegui;  Las Bonitas (Ciudad Real),  Parmana, refugio de negros rebeldes; Caicara del Orinoco,  a 18.5 kilómetros frente a  Nuestra Señora del Socorro de Cabruta; prácticamente el ombligo de Venezuela;  La Urbana, el pueblo más antiguo del Estado Bolívar (1731);  Puerto Páez, en la confluencia del Meta y  Orinoco; Puerto Ayacucho, Capital del Estado Amazonas; y San Francisco de Atabapo que fue capital del Territorio Amazonas hasta 1928,. Justamente donde el Orinoco confluye con los ríos Atabapo y el Guaviare y, por último, aunque fue el primero, el pueblo Warauno donde nació la indígena madre del vendedor de jugos en una de la subida  de piedra que comunica con la Plaza Mayor de Ciudad Bolívar.
         









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