Un domingo 15
de octubre de 1961, la ex secretaria de la Cámara de Comercio de Ciudad
Bolívar, hermana del sacerdote ex capellán del ejército, Luis Ramón Biaggi
Tapia, fue hallada ultrajada en su habitación y con una herida profunda en
el intercostal izquierdo que le causó la
muerte.
Américo Fernández
Nadie
sabe cuándo, pero sabemos a ciencia cierta que tenemos que morir, por
agotamiento físico, enfermedad o trágicamente, pero lo inexplicable y
sorprendente, lo que siempre ha consternado a la humanidad, es que fuera de
esos determinismos naturales, se viole impunemente el derecho a la vida.
En el caso criminal de la joven de
24 años, Lesbia María Biaggi Tapia, asesinada en su propio hogar, donde vivía
con su madre y dos de sus hermanos, no sólo se violó impunemente el derecho a
la vida sino que se la ultrajó.
Treinta y nueve años transcurridos y
han sido insuficientes para esclarecer el crimen, pues el único sindicado fue
absuelto porque los indicios en su contra, logrados a través de los análisis de
laboratorios, más los testimonios cotejados por el Buró de investigaciones del Cuerpo Técnico de
la Policía Judicial, no convencieron al
Juez Penal de la causa. ¿Qué procedía
entonces? Obviamente, reactivar las
investigaciones hasta las últimas consecuencias, pero por lo que ordinariamente
observamos, ya es práctica manida de los cuerpos policiales asumir una conducta
de tácita impotencia (¿presión, comodidad, desidia, prejuicio?) quedando de
esta manera el caso en absoluto abandono hasta su prescripción eterna.
Mientras tanto, los bolivarenses,
cada año por este día de octubre, se conforman con recordar a aquella muchacha
afable, romántica y sencilla que sólo llegó a usar el velo para ir a misa
porque el de novia se lo arrebató la muerte.
Se llamaba Lesbia María Biaggi
Tapia, morena de 24 años, pelo negro,
1,60 de estatura, contextura regular, casi parca y de sonrisa agradable. Hija
adoptiva, porque Carmen Biaggi de Tapia, su madre aparente, sólo tuvo a Ada en su matrimonio con Ramón
Biaggi, aparte de los varones: Luis Ramón (sacerdote), Nanzo (abogado), Frank y
Orlando, todos nacidos en Pariaguán del Estado Anzoátegui y con residencia y
vida profesional en la Capital de la República.
Lo cierto es que la vida de esta familia se desgració desde aquel aciago
día en que la sangre de Lesbia se desbordó por el lado de su corazón e
inundó la sensibilidad del mundo
cristiano, más cuando el señalamiento que a una semana del crimen hizo la PTJ,
apuntaba a su hermano de crianza, un joven sacerdote, virtualmente impecable en
su carrera clerical.
Excepto la explosión de nervio al
ser informado y un desmayo sufrido frente al cadáver desnudo y sangrante de su
hermana, el Padre Biaggi trató en todo
momento de conservar el aplomo y cuando el Inspector Nacional de la PTJ, doctor
Carlos Olivares Bosque lo interrogó “libre de coacción y apremio”, declaró que
sólo sabía lo que había visto y hecho hasta ese momento de enterarse del
trágico suceso. Vale decir, que el
sábado 14, a eso de las cinco de la tarde, salió de su casa de la vereda cinco
de Vista Hermosa, conduciendo carro propio, en compañía de su madre, su hermana
Lesbia y su hermano menor Orlando, hacia la casa de la familia Huang, donde se
realizaron dos bautizos, uno de los cuales apadrinado por él y su madre madrina
del otro.
Luego se trasladaron a la Iglesia
para cumplir la ceremonia del bautizo y seguidamente regresaron a la casa donde la familia Huang
ofreció un brindis. Allí compartieron
hasta un poco antes de las once cuando decidieron retirarse y llevar de
paso hasta su domicilio a Grecia Ortiz y
al joven Rigoberto Franceschi, novio de Lesbia, que se había incorporado a la
reunión a las 9:30 de la noche. El Padre dijo haber consumido sólo dos vasos
de whisky de botella y media servida
durante la sencilla reunión.
Entre 11:30 y 12 de la noche la
familia Biaggi Tapia llegó de regreso a
Vista Hermosa y contó el Padre que “al
llegar a casa, mi mama me entregó la llave, abrí la puerta y penetré en mi
habitación con el deseo de dormirme pronto porque el domingo muy temprano debía
oficiar misa. Cerré mi cuarto, encendí
el aparato de aire acondicionado, me desvestí y me acosté. En la noche no sentí nada extraño y a las 6
de la mañana del domingo me desperté;
abrí la puerta y me dirigí al baño antes de prepararme para la misa. Al salir, como tenía casi enfrente la
habitación de mi hermana Lesbia, observé que la cama estaba vacía, porque no le
vi los pies, que era lo único que sin asomame podía observar, pues la puerta de
habitación no estaba abierta del
todo. Me puse la sotana y salí hacia la
puerta de la calle encontrándome con que estaba abierta –eran como las 6,20 de
la mañana- A mi me extrañó que estuviese
abierta a esa hora, pero como teníamos que ir temprano de excursión, supuse que
mi hermana había salido a hacer diligencias relacionadas con el paseo.
Encendí mi carro y salí hacia la
iglesia Santa Ana a oficiar la misa. La
comencé a las 6:35 y al terminarla convoqué hacia mi a todos los fieles que
estaban dentro y comenzamos a organizar una colecta con el fin de hacerle el
trono a la virgen de Coromoto. Estando
en eso entró a la carrera el maestro Félix Rodríguez a decirme: “Padre, que vaya urgentemente a su casa
que allá ha sucedido una tragedia”
Rápidamente, me despojé de los ornamentos y salí corriendo. Quise manejar y Félix me quitó el suiche para
hacerlo él. Desesperado, le pregunté: “¿Qué ha pasado con mi hermana?”, y me
respondió: “¡Está muerta!”
Entonces lloré, sentí que los
nervios me dominaban y le dije: “Llévame
primero a casa de Monseñor Bernal, frente a la Catedral, junto a él tendré más
valor para poder ver a mi hermana muerta.
El es para mi como un padre y ha sido mi apoyo en los momentos
difíciles”. Supuse que ese día,
domingo, estaría en la Catedral. Subí
tres gradas y al sentir un carro que venía detrás, vi que era José Soto, el muchacho del Palacio
Arzobispal. Le pregunté si Monseñor
estaba en la Iglesia y me respondió que aun no había llegado de Puerto
Ordaz. Le dije que lo fuera a buscar
inmediatamente y me fui a mi casa en mi carro manejado por Félix
Rodríguez. Encontré allí mucha gente en
el frente; muchos se acercaron para abrazarme y yo, sorprendido, pregunté ¿cómo
ha sido? Y me respondieron ¡la mataron!. Sentí que perdía el ánimo para entrar y ver a
mi hermana muerta. Acudí a mi madre que
estaba en el porche, con quien me detuve un rato. Pasé a la sala, me senté; entonces me acerqué
hacia la puerta del cuarto de mi hermana.
Adentro estaba el doctor Humberto Bártoli, médico forense, el fotógrafo
de la Judicial, así como el Jefe de esta Oficina señor Díaz Arévalo. El doctor Bártoli creyó a primera vista que
la causa de la muerte de Lesbia la había producido un derrame ¿un derrame,
y me dijeron que la habían matado? me pregunté retirándome de la puerta y
sentándome otra vez en la sala desde donde fui llamado por el Dr. Bártoli... me
mostró que había una herida en el pecho.
Mi hermana estaba en el suelo, del otro lado de la cama, o sea, del lado
de la ventana, tiesa. Al verla
totalmente desnuda sentí una baja de tensión y tuve que retirarme conducido en
brazos de otros hacia una cama donde me acostaron.
ACTUACIÓN ILÓGICA DEL PADRE
El maestro de escuela Félix Manuel
Rodríguez Rondón, de 28 años, casado, natural de El Miamo y vecino de los
Biaggi, también fue llamado a declarar, pero su versión no concuerda
exactamente con la dada por el sacerdote después que lo enteró del hecho.
Rodríguez dijo que el domingo 15 se levantó a un cuarto para las siete de la
mañana y cuando comenzaba el desayuno oyó gritos. Salió a la calle y se dio cuenta que los
gritos procedían de la casa de la familia Biaggi y pudo ver a la Señora Carmen
Biaggi, desesperada, diciéndole ¡está muerta!
“Sin llegar a saber de quién se trataba, tomé mi carro y me dirigí
a la Cárcel Modelo para avisarle al Padre Biaggi. En ese lugar no lo conseguí y me dirigí a la
iglesia Santa Ana de la que también es párroco.
Allí estaba con los ornamentos propios de la misa. De inmediato lo llamé mediante una seña y le dije: ¡Padre. en su
casa hay una tragedia!, ya que no sabía de qué se trataba, ni quién era la
víctima. El Padre, de seguidas, se quitó
los ornamentos y se dirigió al carro y como lo vi nervioso, le quité el
suiche. Entonces me dijo que la única
que había en su casa era su hermana y me pidió lo llevara al Palacio Arzobispal
para hablar con Monseñor Bernal. Estando
en el sitio, no se si alguien le dijo al Padre que Monseñor Bernal no estaba en
el Palacio Arzobispal. Fue entonces cuando llegaron otros vecinos cuyos
nombres no recuerdo, a bordo de un Ford Falcón, y el Padre se embarcó en él y
se dirigieron a la clínica “García Parra” mientras yo lo seguía en su
carro. En la Clínica se bajó el Padre y
habló con un médico, mientras yo me adelantaba para dirigirme a dar aviso a la
Judicial, como él me lo había pedido en el trayecto. Una vez que avisé a la Policía, volví a la
casa de la familia Biaggi y dejé el
carro. Ya el Padre Biaggi había llegado
y se encontraba en el porche lleno de gente.
Con un pariente del Padre traté para que me prestara el carro para
informar del suceso a los familiares.
Fue al regreso, a bordo de la chalana, como las 2 de la tarde, cuando
supe que se trataba del asesinato de la joven Lesbia Biaggi.
LA PTJ EN ACCION
El Cuerpo Técnico de la Policía Judicial hizo acto de presencia y
constató que la joven Lesbia María fue víctima de una profunda herida en el
octavo espacio intercostal izquierdo que le produjo hemorragia y muerte, siendo
a la vez ultrajada. Constató también que no hubo signos de violencia y que la
joven, defendiendo su honor y en un esfuerzo desesperado, arrancó cabellos al
victimario, el cual haciendo uso de un cuchillo o daga le causó una herida
mortal.
Consumado el hecho criminal, el autor preparó el sitio del suceso,
colocando el cadáver en el suelo, cerca de la cama. La PTJ logró con éxito reactivar rastros y
huellas que permitieron llevar a cabo una intensa como bien orientada
investigación y acumular gran cantidad de evidencias.
Practicó exámenes hematológicos y micrométricos de los pelos arrancados
por la víctima al victimario, asimismo los practicó a un pañuelo manchado de
sangre y a una media femenina perfumada hallados en el cuarto del sacerdote. De
la misma manera, reactivó huellas y
manchas en el piso de los cuartos de Lesbia y del Padre, de suerte que pudo la Policía acumular gran cantidad de
evidencias en contra del sacerdotes que obligaron irremisiblemente a su
detención..
DETENCIÓN DEL PADRE BIAGGI
Dada la acumulación de evidencias arrojadas por la experticia técnica y
las actuaciones ilógicas y contradictorias patentes en algunos testimonios, el
Inspector Nacional en Comisión, Carlos Olivares Bosque, sindicó al Pbro. Luis
Ramón Biaggi Tapia, como autor de los hechos o, en último término, como
presente en el sitio de los sucesos en el lugar del crimen. Por lo tanto se le practicó detención el 26
de octubre y se puso a la orden de los Tribunales de Justicia.
Entre las evidencias que sindicaron al sacerdote como presunto autor del
crimen están los cabellos de su región temporal que guardan notable similitud
con los arrancados por la víctima a su victimario. La mancha de sangre en el pañuelo y unas
cinco acciones ilógicas, como la de ir directamente al Palacio Arzobispal en
vez de hacerlo directamente a su casa donde había sido hallada muerta su
hermana de crianza.
UNA CARTA A SU FAVOR
Una carta jugada a favor del Padre Biaggi la constituyen los exámenes
psicológicos y psiquiátricos practicados oficialmente por los doctores José
Luis Vethencourt y el Pbro Carlos Alberto Plazas. En síntesis, estos exámenes concluyeron en
que las reacciones internas y externas del Padre Biaggi eran diametralmente
opuestas a las de un criminal. Según los
resultados de esos exámenes, el Padre Biaggi parecía ser “inocente, a menos
que se trate de un monstruo, pero en este último caso no existe antecedente en
la psiquiatría”.
Días después, el juicio fue erradicado de la
Circunscripción Judicial del Estado Bolívar y el Pbro. Luis Ramón Biaggi Tapia
pasado de la Cárcel de Ciudad Bolívar, donde había sido capellán, a la
Penitenciaría de San Juan de los Morros.
Posteriormente salió absuelto y terminó renunciando a los hábitos sacerdotales. Hoy día es abogado en ejercicio. La madre del
sacerdote terminó suicidándose mientras el arcano se tragó el misterio de
aquella ofensa mortal a la existencia de una mujer en la etapa soñadora de su
juventud.